joe mogar
alex baxter, agente federalLe obsesionaba. Un «micropunto». ¿Lo que ahora se había dado en llamar un «micropunto»? Alf Baxter no lo sabía con absoluta certeza pero lo presumía. El contacto debería hacers
alfa centauroDetuvo el coche. La muchacha estaba allí, en el interior de la cabina telefónica, hablando a través del micro teléfono o fingiendo que lo hacía. Desde la ventanilla del negro s
alias cz-333La mujer era hermosa, y mucho. De espanto. Con más fachada que la mayoría de los edificios de Nueva York, según habían sido siempre las conclusiones de Dick Lancaster, desde un
asesinato de una taquimecaLa primera vez que la vi fue en el juzgado de paz de Yonkers, a pocas millas de Nueva York y llevaba gafas puestas, una cola de caballo, peinado un poco antiguo, aunque también
asesinato en central parkMiré el teléfono, después de depositar el auricular sobre su soporte. No me gustaba la llamada. No sabía por qué, pero no me gustaba. A pesar de ello, salté del lecho al suelo,
asesinato en wall streetQuité los pies de la mesa tan pronto como la vi entrar, aparté a un lado la botella de whisky y compuse el gesto. No porque no la conociera o no la hubiera visto nunca, sino po
boda sangrientaJoe Mogar es el seudónimo del escritor español José María Moreno García.
buitres de chicagoSentía asco del hombre que la estaba besando. De ella misma, y de todo lo malo que representaba Tim O’Connor. Pero Nora Latimer no podía decir ni hacer nada al respecto, ya que
chantaje para mi esposaLa costumbre de llegar tarde a mi casa era ya inveterada en mí. Desde niño. Desde siempre. Ahora, lo que no me cabía en la cabeza, es que Liz Sheldon, mi esposa, tuviera tambié
coartadaAtravesé una de las amplias y acristaladas puertas con un ejemplar del New York Tribune bajo el brazo y la cartera portafolios en la mano derecha, y miré a mi alrededor. A mi e
crimen en «lady's manor»La fiesta estaba en todo su apogeo cuando llegué. Ni siquiera sabía, por el momento a que se debía mi invitación a una casa como aquélla. Lady’s Manor. Era curioso el nombre, o
crimen para una damaTodo esto lo supe bastante después. Una mañana quince o dieciséis días más tarde. Al entrar en mi oficina de la calle 33 Oeste. Eve, mi morena, hermosa y complaciente secretari
cuentas pendientesRex Madigan atravesó los Campos Elíseos mirando a todos lados, con el cuello de la trinchera subido, y el ala del sombrero sobre los ojos. Lo cruzó en toda su anchura pensando
daliah, del c.i.a.Un nombre alusivo, a pesar de encontrarse en un país extranjero.En pleno boulevard Maillot, muy cerca de la plaza de Verdun.Entró, mirando alrededor.Dos rubias en la barra, fra
deuda de sangreAparte de Joe Mogar, José María Moreno García empleó otros seudónimos como Alexis Dormunt, J. Mendoza, Alfred Allyson, Clay Duncan, Jesse McGraham, Joe Mogar, Joe Morgan, Pete
dimensión 354-xJoe Mogar es el seudónimo del escritor español José María Moreno García.
dos cartuchos vacíosDos cartuchos vacíos. Solo dos, y nada más. Claro que Lon Smith no lo sabía. No sabía que iba a tropezarse con ellos a medida que avanzaba en dirección al China Lake en cuyas a
dos mujeres y un coltCabalgando. Al paso. Bajo un sol de fuego. Buscando a un hombre. Cabalgando. Hacia el Paso del Ratón, que debía de llevarle a través del mismo desde el estado de Colorado al de
el asesino acusaSiempre me había preguntado si existía la casualidad, y la respuesta era que no. Y si no, veamos. ¿Es casual que a uno se le ocurra ir a ver a un amigo con el solo objeto de sa
el caso manningJohn Dereck, sentado detrás de la mesa de su despacho, con el humeante cigarrillo colgado materialmente de la boca, pensaba. No en Velda O’Mara. Ni siquiera en la chica del bik
el contratoAbandoné el bar donde terminaba de tomar un bocadillo, pisé la acera con ánimo de acercarme al coche, y entonces la vi correr como un diablo, con el rostro demudado, el pelo ne
el crimen del «jaguar» rojoEra uno de esos coches convertibles. Con un cadáver dentro. En la parte trasera. Exactamente en el lugar donde debería llevar la rueda de recambio. Claro que yo no lo sabía, ni
el hilo de ariadnaLa muchacha era rubia y de perfil encantador. La vi entre Twelfth Street y Pine, justo en el semáforo que ahora estaba rojo para nosotros. Por casualidad, y sólo por eso, detuv
el hombre de washingtonLA joyería estaba en pleno centro del West End neoyorquino. Richard Templeton lo sabía desde mucho tiempo atrás. Concienzudamente había estudiado el terreno durante días y días
el pistolero de walla-wallaKatty Brandley era una hermosura de mujer. De líneas provocativas, mareantes. Morena, de ojos negros y profundos como una sima sin fondo. De busto alto, prieto y firme que resa
el preso que surgió de la nocheLa joyería estaba instalada en el centro de la Calle 20, en pleno distrito V de Nueva York. Larry Stivens lo sabía desde tiempo atrás. Se podía decir, sin temor a equivocarse,
el retrato de marvin dorsSu voz se quebró en un espasmo, y su rostro, que hacía apenas unos segundos era bello, hermoso, se volvió terroso, macilento, desencajado.Trataba de moverse y no podía. Sus aga
el signo de géminisEn mangas de camisa, con la botella de whisky, un vaso y los pies sobre la mesa, el cigarrillo colgando materialmente de la comisura de la boca, y su cuerpo fuerte y musculoso
el telápataJoe Mogar es el seudónimo del escritor español José María Moreno García.
el tren de las 21'45Aparte de Joe Mogar, José María Moreno García empleó otros seudónimos como Alexis Dormunt, J. Mendoza, Alfred Allyson, Clay Duncan, Jesse McGraham, Joe Mogar, Joe Morgan, Pete
el visitante de medianocheLa quinta, exceptuando el comedor, estaba completamente a oscuras. Sentada en el sillón, frente a la puerta de entrada a dicho comedor, Nancy Fletcher consultó el reloj. Una ve
epitafio para un novelistaLe miré. Era joven, de unos veinte a veintidós años, alto, delgado, rubio, de ojos fríos, demasiado fríos me parecieron a mí, a pesar de su juventud, con larga melena, y el cue
gangsters de broadwayTodo era extraordinario. Incluso ella. Esto fue lo que pensé al verla, aún sin saber por qué estaba allí, y cuál iba a ser su petición. Desde luego, no me cabía en la cabeza qu
hielo para una rubiaEra un buen decorado y le gustaba. Un bikini negro. La más pequeña expresión de bikini que él había visto sobre la figura de una mujer. Claro que la mujer estaba pintada en el
la arañaTodo empezó con la muerte de Larry M. Mac Person, de un ataque cardíaco, y con la enfermedad de Jim O’Hara,. Jim O’Hara, no conocía a Mac Person, ni había tenido trato alguno c
la dama del bolso rojoEstaba allí. En la espaciosa y lujosa sala de espera del aeropuerto de La Guardia, en Nueva York. Esperando el avión que debía conducirla a Chicago en vuelo directo. Avión que
la drogadictaNo me gustaba lo que iba a hacer, pero no tenía más remedio. Alguien tenía que darle la noticia a la viuda antes de que la oyera por radio, el periódico o por cualquiera de los
la llamada de siva—Están ocurriendo cosas fuera de lugar en Shoshone —dijo, apenas sentarse en el sillón que yo le indiqué con un gesto. Me sorprendió su visita. No era la clase de persona a la
la muchacha chinaParecía una mujer americana cien por cien. Y cien por cien hermosa. Con todo lo que una mujer debe tener, hasta para repartir. Pero era china. Nadie, ni yo mismo, hubiera dicho
la muerte acecha en parisLa gran urbe, la más cosmopolita del mundo, brillaba como un, ascua de oro. Consultó el reloj. Las diez horas, treinta minutos. Al fondo, brillante, completamente iluminada, la
la muñeca rubiaConfieso que me gustaba verla una y otra vez. Me había costado mucho llegar hasta allí, ya que en los últimos tiempos los casos habían escaseado bastante, y aún escaseaban, par
la pasajera del vuelo 500De haberla visto John Dereck, en aquel momento, hubiera dicho que la Pan American jamás había contado en sus aviones con un decorado tan perfecto como aquel. Es decir, con dos
la pelirroja de mund lakeNo importaba nada después de lo que había dejado a su espalda. No le había interesado ni poco ni mucho. Los sucesos ocurridos habían quedado muy atrás y si bien no los olvidaba
las damas también matanHabía tres mujeres allí. Y de la mejor calidad. Pero sobre todo la pelirroja. De apenas veintiún años, pelo corto, rizado, frente amplia, los ojos grandes, almendrados, sombrea
lyman, el solitarioLa voz del moribundo rompió el penoso silencio que desde hacía un rato reinaba entre los dos hombres. Cliff Owens no contestó de momento. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo contestar desp
mariposa de salónYa desde niña era precoz. Había recorrido infinidad de escuelas sin sentar sus reales en ninguna de ellas. También algunas academias, pero había tenido la suerte de terminar su
maten a la herederaTerminaba de reconstruir la escena cuando estacioné el «Pontiac» frente a la puerta principal de la quinta y entré en ella. Pensaba en Lorna, en la conversación que iba a soste
mi propia leyAlvia Fenton es mi secretaria particular. Un explosivo mucho peor que la bomba «H», y, para el colmo, rubia como el oro. Sin tintes. Una mujer de no más de veinte años. Una sec
misión extraordinariaSe detuvo en Golden Gate Park, frente al parque. Esperó. No sabía qué, pero lo hizo. Ésas eran las órdenes. Hombre o mujer; el caso no importaba mucho. Lentamente, luego de lan
miss torbellinoJoe Mogar es el seudónimo del escritor español José María Moreno García.
muerte de un escritorUn bar. Uno cualquiera en el centro de la 19th Street. Detuve el coche, descendí, miré para ver si lo había estacionado frente a cualquier clase de cosa rara, aparcamiento proh
muerte de un picapleitosTomé el periódico, sin pronunciar palabra, y lo extendí sobre la mesa, frente a mis ojos. También sin pronunciar más palabras que aquéllas, desde el otro lado de la mesa tras l
muerte de una damiselaBetty Morgan miró su reloj de pulsera y acabó la frase que estaba escribiendo. Se puso en pie, colocó la funda encima de la máquina sin quitar el papel del rodillo, sacó el bol
muerte en las nubesLas muchachas eran dos. Sentadas en los dobles y mullidos asientos del Boeing «Jumbo», en vuelo directo desde Frisco a Filadelfia. Junto a la ventanilla, la morena de ojos gran
muerte para nellyLe gustaban los hombres. Eso fue en lo primero que pensé tan pronto como me abrió la puerta, respondiendo a mi llamada. Apenas si la miré, pero me dio aquella impresión. —¿Qué
muerte para un caciqueSolté el periódico, un ejemplar del Chronicle, quité los pies de la mesa, me ajusté el nudo de la corbata, me puse en pie y fui al perchero para descolgar la americana, me la p
muerte para un locutorMe encontraba mirando las piernas de mi secretaria cuando llamaron al teléfono. Y continué haciéndolo a pesar de eso, porque aquello se me antojaba mucho más interesante que la
muerte para una «ye-ye»Olsen O’Nell la miró, pensando una vez más, igual que en todo momento, que los tipos como John Dereck siempre tenían suerte con las mujeres. Con cualquier clase de mujeres. Cie
muñecos diabólicosEl rostro que tenía delante era una visión de pesadilla. Trató de gritar pero no pudo. Inmóvil, muda de horror, completamente aterrorizada, incapaz de moverse, sujeta al lecho
no dispares, preciosaEso fue lo primero que dijo Harry Stivens cuando la vio aparecer por aquella puerta. Pero antes la había mirado. Era simplemente una Venus, con mayúscula, en edición de bolsill
no mates a un periodistaEs lo mismo que si mataras a un policía. O a uno de los muchachos del F. B. I. Todo esto lo sabía yo, aunque en aquel momento no tuviera ni la más ligera idea de lo que iba a o
no te fíes de las damasLa primera vez que oí la frase fue hace muchos años y en boca de mi padre. Por una jugarreta que le hizo al que me dio el ser, jugarreta que no recuerdo. Después, en el transcu
oculto en la fosaMiró su reloj de pulsera. Las once y cuarenta y cinco. Abajo, cada vez más atrás, perdiéndose en la inmensidad del abismo abierto a sus pies, Miami desaparecía rápidamente dela
operación mercurioDE nuevo París. Había niebla sobre el Sena. Alf Duncan detuvo el convertible en el Boulevard Morland, justo en su cruce con el de Enrique IV y empezó a retroceder hacia el puen
operación venusLa redacción del Eco de Broadway se encontraba completamente a oscuras si se exceptúa una pequeña parte del amplio despacho del redactor jefe Jack Kendall. Los talleres hablan
órbita de locuraOdiaba todo aquello. Odiaba a Kronos, y también a Alvia. Alvia era alta, hermosa, y de ojos negros. Alvia estaba programada para amar, para dar hijos, para vivir con un ser com
philadelphia expressUna corista aparece muerta, arrojada del tren camino de Filadelfia. El hermoso cuerpo de Babs aparece magullado por los golpes y un orificio de bala en la frente. La última per
requiem por un alcalde—Le traigo un caso; pero este caso no es como los demás. Le miré pensativamente, pensando, diciéndome a mí mismo que todo el mundo traía o creía traer casos a mi oficina, disti
senda sangrientaLon Wallace sabía que aquella mujer estaba allí. Era una tontería porque la había visto. Lo mismo que a los hombres que la acompañaban. Tanto por ella como por los pistoleros,
siempre mujeresLa investigación emprendida por el duro y sagaz detective privado Lex Forrester, le lleva a infiltrarse como trabajador en las oficinas de un importante magnate de las finanzas
testamento siniestroA mi propio juicio, la cosa empezó de una manera descabellada, estúpida si se quiere. Con un cadáver, y con la petición de una morena, de dieciocho años, que, según ella, tenía
testigo de su muerteEstaba frente a aquella obra. Con algunos papeles en la mano, y el cronómetro en la otra. Le vi, me fijé en él sin saber por qué y ojalá no lo hubiera hecho nunca. Era de estat
tráfico criminalAquella mañana entré en mi oficina una hora más tarde que de costumbre. Como siempre, Ethel Lorraine, mi secretaria, estaba sentada detrás de la mesita de su despacho. Ethel es
tse ling, de shangaiCosta oeste norteamericana, un impotante empresario de origen chino es acusado del asesinato de su socio. Tras la muerte se esconde un turbio asunto de herencias. La hija del c
un cadáver en la playaMe puse en pie tan pronto como la vi entrar, rodeé a la inversa la mesa de mi despacho y, con un mudo gesto, le indiqué que se sentara en uno de los sillones e hice lo propio e
un plumífero femenino—Estoy recibiendo llamadas. Eso fue lo que dijo apenas entrar en mi oficina de Lincoln Way, piso decimonoveno, apartamento 118, C. Con un gesto le indiqué que se sentara mientr
una mujer de alivioHabía vaqueros en la calle. Un par de pistoleros y alguna que otra mujer. También una niña. Una pelirroja de no más de seis años. Estaba jugando sobre la acera de tablas, compl
una palabra de seis letrasEl vapor del motor del coche, que se filtraba por las junturas, me daba en los ojos, empañando el cristal del parabrisas, impidiéndome casi ver el camino que tenía que seguir.
una pelirroja asustadaSe llamaba Fay Colman y era pelirroja. Fay era una deliciosa mujer de diecinueve años, con algo más de lo que una mujer corriente debe de tener. Frente ancha bajo sus maravillo
una rubia en la carreteraMe faltaban unas treinta millas para llegar a San Francisco cuando la vi. En la carretera. En el lugar más peligroso de aquella carretera, junto a la alambrada que señalaba la
una «minifalda» en la nocheEstaban descendiendo. Abajo, a menos de mil pies de altitud, París brillaba como un ascua de oro. Atrás, un tanto hacia su izquierda ya que el tetrarreactor de la Pan American
ventajistas del mississipi—Tendrá que llevarse a este hombre, Marjorie. La mujer, vestida con unos cuantos trapos rojos, a forma de vestido, abierto por delante desde la cintura, mostró los dientes al s
yo, la lobaMe acerco al espejo.Nada aún… Sí. ¡Ahora!Mis pupilas se empequeñecen, se rasgan mis ojos que brillan… me duelen las manos, los dedos…¡Me los miro!Mis dedos se alargan… se crisp
¡detenga a mi asesino!Eso fue lo que dijo apenas verme: —¡Detenga a mi asesino, pesquisa! La miré de pies a cabeza. La volví a mirar de nuevo, y en el acto me dije que si la mujer que ahora estaba f
¡han fusilado a mi esposa!De nuevo las islas Hawái. No me gustaba aquella orden, pero no tenía más remedio que acatarla. No me gustaba nada volver a Pearl Harbour. A ningún oficial le gusta presentarse
¡pórtate bien, querida!Pagó la consumición y se puso en pie. El barman dio las gracias y le hizo una reverencia a causa de la espléndida propina, y Peter Dickson salió del bar “Manhattan”, caminando
«dificultades» jhonnyEra un pistolero. Un gun-man que había recorrido cien caminos. Y no es que se encontrara en dificultades, ni mucho menos, pero era obvio que no tardaría en encontrarlas, como p
¿afán de desquite...?¿Cuánto hacía que se encontraba allí? Con seguridad no lo sabía, y, dicho sea de paso, tampoco le importaba mucho. Lo único interesante que había lo tenía entre las manos: una
¿amnesia…?Me acordaba de la primera vez que la vi. En la estación de la 30th Street, en la ventanilla, sacando un billete para no sabía dónde, ya que no me preocupé de ello.Estaba seguro
¿crimen o secuestro?Di un paso, puse la mano sobre su espalda y la empujé hacia fuera. De pasada lancé una fugaz mirada a la puerta abierta y de acceso al despacho de Della; se estaba retocando lo
¿ha visto a molly?Parecía como si se tratara de una de esas películas de la televisión, pero sabía que no. Con la misma seguridad de saber por qué le habían escogido a él. Era un novato. Una per
¿por qué matar a paula?NO lo esperaba y me sobresalté, y con aquel sobresalto empezó toda una historia. Mala en unas partas y buena en otra. Por lo menos el principio, que recordaría toda mi vida, si
¿secuestro?Consultó el reloj. Las once y cincuenta. Abajo, cada vez más atrás, perdiéndose en la inmensidad del abismo abierto a sus pies, Miami desaparecía rápidamente delante de sus ojo