senda sangrienta
Lon Wallace sabía que aquella mujer estaba allí. Era una tontería porque la había visto. Lo mismo que a los hombres que la acompañaban. Tanto por ella como por los pistoleros, que al parecer le guardaban la espalda, Lon se sentía algo perplejo. Ella no era una cualquiera. En esto no podía equivocarse, ya que entre sus muchas virtudes y defectos, Lon tenía la monomanía de las mujeres bonitas y aquella era algo más que esto. Un verdadero bombón de campeonato, con sus lujosas espuelas de oro, vistiendo de hombre con ropas demasiado buenas para aquella salvaje tierra, y su pareja de “Colts 43” en la estrecha cintura.