la muñeca rubia
Confieso que me gustaba verla una y otra vez. Me había costado mucho llegar hasta allí, ya que en los últimos tiempos los casos habían escaseado bastante, y aún escaseaban, para desespero de mi cuenta corriente bancaria. Dejé de mirar la placa y pensé que había algo que me gustaba mucho más. Por ejemplo, Susan Marlowe, mi secretaria. Un verdadero bombón pelirrojo, de ojos azules, busto capaz de producir un colapso, a otro que no fuera yo, estrecha la cintura, caderas de ánfora y piernas largas y bien torneadas, sin medias, ya que para ella, al menos, este artículo no parecía existir en el mercado, salvo raras excepciones.