chantaje para mi esposa
La costumbre de llegar tarde a mi casa era ya inveterada en mí. Desde niño. Desde siempre. Ahora, lo que no me cabía en la cabeza, es que Liz Sheldon, mi esposa, tuviera también la costumbre de esperarme levantada, aun en contra de mi voluntad. Pero aquella noche Liz no estaba esperando. No estaba en la casa. Esto lo aprecié de un solo vistazo, apenas puse los pies en ella. Los minutos que tardé en colgar el sombrero y la trinchera.