muerte de un escritor
Un bar. Uno cualquiera en el centro de la 19th Street. Detuve el coche, descendí, miré para ver si lo había estacionado frente a cualquier clase de cosa rara, aparcamiento prohibido de todo punto y ya más tranquilo, sin preocupaciones por la grúa municipal, crucé la acera y entré. No me fijé en nadie, palabra, por lo que caminé directamente hasta el mostrador; tomé uno de los taburetes y me senté enfrentando al barman qué se me acercaba. —Whisky, por favor.