tráfico criminal
Aquella mañana entré en mi oficina una hora más tarde que de costumbre. Como siempre, Ethel Lorraine, mi secretaria, estaba sentada detrás de la mesita de su despacho. Ethel es un portento. Un bombón. Ethel tiene una fachada que marea. Todo en ella produce sensación de mareo. Incluso sus largas y bien torneadas piernas, enfundadas en medias de nylon que mostraba por debajo de la mesita casi con entera profusión.