tony m. tower
circuito clandestinoEl hombre que se detuvo ante el viejo edificio de la calle Totzis había conocido mejores tiempos, no sólo para aquella zona de Berlín, sino para toda la ciudad, que ahora se de
cumplan mis órdenesEra joven; quizá treinta años, moreno, de facciones acusadas y duras en aquel momento, aunque cuando no tenía los músculos tensos o sonreía, el rostro resultaba atrayente y sim
dos cruces en la nieveLa reducida habitación de la torreta de radio del enorme aeropuerto de Thule, en la costa occidental de Groenlandia, exactamente en el paralelo 77, a una distancia realmente co
el gran millerTenía un aire trágicamente desolado el «afiche» publicitario, de vivos colores, que medio desgarrado, quedaba aún adherido a uno de los grandes vagones del circo. Ese aspecto t
el pánico del sigloHerbert empezó a reñirla por la falta de respeto hacia el fantasma de Dickens y los dos se acodaron en la ventanilla, después que el joven hubo hecho descender el cristal. Empe
enviado especialEl hombre estaba nervioso.Encendió el cigarrillo temblándole la mano. Miró en torno suyo, inquieto, y se humedeció los labios con la punta de la lengua.Luego tomó el frasco pet
la consigna es matarEl comisario Paradis abrió la estrecha ventana de su oficina, y asomándose al exterior aspiró con delectación el confuso aroma que llegaba del río. Un pintor melenudo levantó l
pasaporte al infiernoEl grueso capataz tomó su carpeta de notas y salió al exterior, descendiendo rápido unos cuantos escalones. Se cruzó con algunos operarios que se dirigían a sus lugares de trab
se interpone el ciaEl joven pelirrojo colgó el teléfono con un movimiento violento y se volvió muy sonriente, mirando al vestíbulo del «Kulm», el mayor hotel del pueblecito de Saint Firmin. Su ro