la consigna es matar
El comisario Paradis abrió la estrecha ventana de su oficina, y asomándose al exterior aspiró con delectación el confuso aroma que llegaba del río. Un pintor melenudo levantó la cabeza separando la mirada del lienzo sobre el que trataba de captar el inefable encanto de la Cité, emborronando de verdes y azules la blancura de la tela. El comisario hizo un gesto de disgusto al verle sentado sobre su silla de lona, justo frente a la oficina. —¡Bah! ¡Artistas! ¡Gentuza que cae sobre París como moscas y luego nos vuelven locos de trabajo! Paradis no era tan bruto como parecía. En realidad le gustaba el arte y en cierto modo había hecho un arte de su profesión. Él decíalo con frecuencia