birmania, infierno verdeUN alarido impresionante, continuado, se escapó de todas las gargantas. Los puños de los que estaban más cerca golpearon con odio a aquel hombre minúsculo, de piel atezada, ama
la muerte se sienta al pianoUn ruido raro, estruendoso, le sacó de su mutismo. Sonaba por encima del techo, en un cielo que no veía y que adivinaba. —Es un helicóptero, señor—murmuró el camarero al darse