j. a. dose
auto-stop hacia la muerteSara Dougherty no tendría más allá de una cuarentena de años. Llevaba su cabello pelirrojo extraordinariamente rapado. Sus facciones eran duras, casi graníticas, y su complexió
dos cadáveres y una pelirrojaForrester estaba cargado de dólares. Podrido de ellos. ¿A qué venía? Yo era un modesto detective privado. Expulsado de la policía. Mis métodos no eran demasiado ortodoxos. Habí
los asesinos que no querían matarSan Francisco, la ciudad de las veintinueve colinas, es sin duda la ciudad más bella y acogedora de América del Norte. Sus calles son en pendiente como las montañas rusas y for
no sigan buscando a vera gilroyDesde el amplio ventanal de mi despacho contemplaba la densa niebla que se extendía sobre San Francisco. Apenas eran las cinco de la tarde, pero la oscuridad del exterior logra
rapsodia en rojo sangreSan Francisco es una ciudad con infinidad de teatros. Incluidos algunos teatros chinos, donde se representan, alternando con obras de estilo europeo, tragedias del viejo Kabuki
sangre en río diabloOscurecía. Las sombras del atardecer se apoderaban rápidamente del valle. Tras unas rocas, al borde de la meseta, una sombra hallábase agazapada. Miraba la lejanía. Al borde de