tambores de sacrificio
Kingswell tatareaba una alegre canción mientras abría su cuarto en el Hotel Cecil; luego penetró en él y cerró suavemente la puerta. La camarera había olvidado correr las cortinas y la luna difundía una luz etérea por el dormitorio. Puso su mano un momento en el conmutador eléctrico y la separó sin haberlo hecho girar. Díjose que la iluminación lunar hacía innecesaria la artificial.