PAÍS LIBRO

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vic peterson

el suicida asesinado

El poste con sus cuatro flechas en aspa tenía en su centro un disco plateado anunciando que la próxima localidad en la carretera de Hudson era Mound Troy. Y dos cifras en rojo advertían que el máximo permitido no debía sobrepasar las treinta millas. Pero Ralf Banister tenía prisa y el «Pontiac» obedecía tan suavemente, adaptándose con tanta seguridad al asfalto de la autopista, que resultaba casi imposible prestar atención al oscilador del cuentamillas. En aquella recta que quedaba para finalizar el viaje emprendido una hora antes, parecía que la ciudad de los rascacielos, la Meca de los europeos, no distaba cuarenta millas, sino cientos de miles.