oro rojo
A sus veinticuatro años —«inútiles veinticuatro años», decía su indignado padre—. Julio Gutiérrez era uno de los últimos representantes de lo que un día se llamara la «jeneusse dorée». Hijo de padres, si no millonarios, sí cómodos, no tenía hermanos y fue desde la cuna educado para disfrutar de la vida y no para padecerla. Colegios privados y clubes ingleses, lo mejor que la ciudad de Buenos Aires podía ofrecer. Julio tomó todo lo que se le ofrecía considerándolo un derecho debido a su rango y sin tener que hacer nunca el menor esfuerzo. Cuando algún profesor se ponía «pesado», su padre, el poderoso don Ricardo Gutiérrez Arnaudi le hacía una visita y casi siempre se le pasaba la pesadez al profesor que, al fin y al cabo, tenía que vivir.