la muerte falsifica dólares
EL profesor Fhiel caminaba lentamente; sus ojos, vivos e inteligentes, reflejaban cierta contenida emoción. Aquella calle, que conservaba las huellas de la guerra, hacía revivir algunos capítulos de su juventud estudiantil. —¿El profesor Fhiel? Un hombre grueso, mal afeitado, con una repugnante colilla semideshecha entre los labios, le cerraba el paso. —En efecto. El profesor le contemplaba con asombro y algo de recelo. No le conocía, de eso estaba seguro. Magnifico fisonomista, jamás olvidaba un rostro; ni aun los estragos de la edad conseguían despistar al profesor Fhiel.