larry el simpático
Las muchachas del saloon aprovechaban todas las oportunidades para deslizarse hasta el local destinado al juego, con el único objeto de estar unos minutos junto a Larry Tedd, el cual tenía siempre para todas una sonrisa de sus labios o de sus ojos verdes, una frase amable, un piropo, una broma, de buen gusto. Sentíanse celosas entre sí, aunque no tenían motivos para estarlo, pues Larry las distinguía a todas por igual, sin preferir a ninguna. Y lo mismo le sucedía con las de otros lugares análogos que frecuentaba. No se las echaba de conquistador; no hacía nada premeditado para, atraerse a las jóvenes, y, sin embargó, se las atraía. Su simpatía innata era algo que, se le escapaba sin darse cuenta y que se adentraba en el corazón de las personas —especialmente de las mujeres— como un veneno delicioso, sutil, irresistible.