el embaucador
Robert D’Andrea—. Bob, como le llamaban cariñosamente—, exclamó achicando los ojos que se clavaban en la lejanía: —¡Apuesto un dólar a que aquel puntito negro que se mueve es Jeff Dugdale! La noticia hizo que Pierpon, padre del muchacho, abandonase el libro que estaba leyendo y se colocara una mano sobre la frente a guisa de visera: —No logro distinguirle. Cada vez me maravilla más tu vista. El breve diálogo hizo fruncir el ceño a Margery, deliciosa rubita de poco más de veinte años, voluntariosa, decidida, con unos ojos de azul oscuro que eran la más genuina representación de la belleza, unos labios rojísimos, ligeramente gordezuelos, y una figura airosa, gentil, bien proporcionada y de formas escultóricas.