listos para morir
CUALQUIER objeto contundente salía disparado por el aire con la misión específica de estrellarse contra la cabeza del primer descuidado que encontrase en su camino. La confusión era, total. En aquellos históricos momentos, el «saloon» de Cohen se había convertido en la segunda edición de la batalla de Fredericksburg. Nadie podía entenderse, ni siquiera lo intentaban. Los puños se levantaban airados para abatirlos con furia sobre el hombre más próximo, sin mirar quién era el agredido de turno.