oro líquido
Montaba un bayo de finas patas capaz de ganar cualquier carrera de los contornos. Su rancho tenía fama de ser uno de los mejores criaderos de caballos y las reses que en él pastaban, adquirían una gordura y un lustre inusitado en aquella parte del país, un tanto reseca y árida, situada al pie de las Rocky Mountains, en lo que nueve años más tarde iba a ser el estado de Montana. No hay que decir, por tanto, que corría el verano de 1880, uno de los de mayor sequía desde los últimos años.