la ley del desierto
—No tengo dinero. Era un caso digno de estudio. La mano de Guffry que, provista de un confuso trapo, limpiaba la superficie del mostrador, quedó inmóvil. Sus pobladas cejas uniéronse en un gesto muy peculiar, entre sorprendido y enojado y, después de un corto intervalo, repuso: —Es usted un fresco. El joven encogió los hombros en un movimiento de profundo desaliento. Su situación, en aquel instante, era desairada en extremo. Con los ojos fijos en el jarro vacío de cerveza, preguntó: —¿Usted cree?…