un señorito del este
—También se lo exigí yo, señor Harrison —respondió Richard, sobreponiéndose a su dolor —pero quizá no se atrevió a decirme que era preciso dejar el trabajo. —¿Y quería que yo se lo ocultara también? —No, no; de ninguna manera. —Bueno; es posible que haya empleado yo demasiada rudeza, pero no he podido hacerlo de otro modo. Considero que es usted un hombre, y los años que lleva trabajando en la casa me autorizan para hablarle con franqueza. Si hubiera tenido usted familia, el doctor Palmer habría procurado ponerla en antecedentes de la verdad de su estado, pero como vive usted solo en Nueva York, ha obrado acertadamente informándome a mí.