hienas en el rancho
Eran las siete de la tarde cuando Adams Brent, cansado, sucio de polvo y sudor, entró en el Post Saloon. Su caballo había quedado atado a la veranda, junto a una hermosa yegua con la que estaba conversando gentilmente para olvidar su hambre mientras el amo refrescaba el gaznate. Con movimientos de cuello, con enhestar de orejas y suaves patadas con el borde de los cascos contra el suelo, Jo le hacía la corte a su vecina, pero se le notaba en los ojos la tristeza que produce en los caballos esa imposibilidad de quedar citados para más tarde.