el malvado dudley
Champ, que era un joven alto y corpulento, vestido a la usanza vaquera pero con cierto desaliño, miró inquisitivamente a su compañero como pensando hasta qué punto podría fiarse de aquel hombre que días antes se permitía tratarle como a un principiante. Por su parte Gillman presentaba de frente su barbudo rostro soportando aquella escrutadora mirada de Champ; éste poseía una fuerte dosis de malignidad en sus ojos, y faltó poco para que el otro se viera obligado a guiñar sus ojuelos de halcón; sin embargo no era de alfeñique, pese a la sumisión que demostraba, y pudo aguantar el examen.