historia de krau
Al final de septiembre, yo debía volver a Los Ángeles. Sin embargo, transcurrieron muchos días y aún seguía ocupando mi cómoda habitación del «Motel Taihoua» en el litoral occidental de la isla Tojoyo. Tengo que decir que durante aquellos dos meses —julio y agosto— había llevado a cabo un trabajo apasionante. Mi vocación antropológica me había impulsado a invertir más de quince mil dólares en aquel viaje. El profesor Kaufmann, un afable y gordísimo alemán, catedrático de la Universidad de Turingia, me había enviado a Los Ángeles unas cuantas cartas sugestivas en las que me describía el carácter, idiosincrasia, tradiciones y supersticiones de los nativos. Todo un riquísimo tesoro de antropología primitiva en mis manos a cambio de invertir sólo quince mil dólares, que suponían exactamente mis ahorros de más de seis años de constante trabajo en la Universidad.