volcán en el mar
Todo era calma y sosiego en el gran océano. El Pacífico hacía honor a su nombre: sus azules aguas se confundían con el purísimo cielo, sin una sola nube, en aquel gran espacio abierto, al parecer sin límites. El hombre se sentía pequeño ante tanta inmensidad. Sin embargo, las personas que viajaban en aquel yate de lujo —de esos que salen en el cine y que solo pueden poseer los multimillonarios— se mostraban sonrientes y felices en la cubierta principal de la moderna embarcación, que les había llevado desde el ya lejano San Francisco a la misma Polinesia Central, a miles de millas de sus casas.