lucha hasta el fin
Amanecía sobre la pista del viejo autódromo de Albury, situado a unas millas equidistantes entre Sydney y Canberra, la capital de Australia. Los primeros rayos del sol empezaban a iluminar a la máquina y al piloto que devoraban las millas del circuito desde hacía más de treinta y seis horas, en un continuo esfuerzo y resistencia tanto del material como de la capacidad física humana. Roy MacKensy sentía los músculos tensos y las manos casi insensibles, como entumecidas bajo los guantes con los dedos en todo momento aferrados al manillar de la poderosa moto que conducía, sin dejar de ganar una vuelta tras otra en aquel día y medio que llevaba pilotándola, salvo los instantes en que había parado en los «boxes» para repostar combustible, ya que comer y beber lo había realizado sobre la misma moto.