la muerte tomaba el sol
El empleado de la agencia de viajes puso más atención ante el posible cliente que tenía ante él, fijándose en que, al igual que su insólita petición, aquel no era un hombre normal. Al menos, no era normal en cuanto a su indumentaria. Alto y fornido, como de unos cincuenta años pero conservando toda su energía y vigor, aquel individuo lucía un blanco turbante en la cabeza que, a guisa de brocha, remataba en una gran esmeralda que lanzaba verdes destellos.