carne de ring
Siempre que el Gran Jefe me llama a su despacho, me echo a temblar. Por pasadas y amargas experiencias, sé que terminará encargándome de algún «trabajito» especial. Mi jefe es un tipo así de alto y así de ancho; sobrepasa los dos cinco de altura y sus espaldas son tan anchas y fuertes como un frontón. Mi jefe no es totalmente calvo, pero como se afeita toda la cabeza, lo parece. Siempre luce buenos trajes de quinientos dólares, corbatas de seda, zapatos importados italianos y excelentes camisas: con todos estos arreos, si no es ciertamente elegante, también lo parece.