sobraba un muerto
La voz del muchacho, aunque un tanto adormilada todavía, resonó en la oscura trastienda de la funeraria en un extraño tono de alarma y sorpresa. Elmer Fox, el propietario del establecimiento, se incorporó a medias del camastro en que estaba tendido y abrió, con evidente esfuerzo, uno de sus pitañosos ojos. Abrir los ojos a un tiempo hubiera requerido un gasto de energías que el viejo Elmer no podía permitirse a una hora tan temprana sin antes haberse tonificado con el primer trago de whisky del día.