la furia dormida
—Joven —dijo la majestuosa y arrolladora dama que acababa de irrumpir en la tranquila oficina del sheriff Alan Simmons, representante de la Ley en Sue Lake—, me importa un comino que esté usted ocupado. —Lo estoy, señora —replicó el sheriff, adoptando una postura más correcta, pues la inesperada irrupción de aquella especie de vaca encorsetada le había sorprendido echado hacia atrás en su sillón y con los pies encima de la mesa. —Eso ya me lo ha dicho ese gordinflón que está de guardia en la puerta y que se empeñaba en no dejarme entrar. —¿Se refiere a Collins?