el pistolero errante
Mike Farralon sabía que no podría escapar a la triste suerte que está destinada a la mayoría de los pistoleros. Un día u otro, alguien más rápido que él, sin que pudiera evitarlo, le dejaría tendido sobre el sucio serrín del suelo de cualquier saloon, entre escupitajos manchados de nicotina y vómitos de borrachos.