el oro de los tontos
Aquella mañana de abril, la cantera estaba en plena actividad, como todos los días. Cerca de un centenar de hombres, condenados a diversas penas de reclusión, combatían jornada tras jornada con las duras rocas bajo la vigilancia de los severos capataces provistos de látigos y porras de cuero, protegidos por varios vigilantes armados colocados en lo alto del irregular semicírculo que cerraba la cantera.