la sombra de charigan
—No le dejaré escapar vivo. El hombre que acababa de hablar era Walt Ironwood, un hombretón de canoso bigote recortado, chaquetón de borrego, vuelto en las solapas, y sombrero gris Stetson. Sus ojos de color acerado, brillaban tenuemente a la luz mortecina de la tarde, brumosa. Hacía frío. Por el páramo liso y llano, corrían redondas bochas impulsadas por el viento inclemente del norte. Unos treinta hombres del rancho Dobleuve-Ironwood rodeaban —rifles en mano— la derruida misión de San Pancracio.