díganle que no he muerto
Roman era bajo y fornido. Tenía la voz gruesa y fumaba siempre cigarros habanos. Su aspecto exterior indicaba brutalidad. Allí estaban sus pobladas cejas rectas, su mandíbula cuadrada, su nariz aplastada y sus labios gruesos, eternamente fruncidos en un gesto de determinación. —Ha de ser ahora. Antes de que Bob vuelva de Inglaterra —dijo con dureza.