la calavera de olgerd
ERA un axioma en toda aquella parte de Hordaland que en el Trögnefiord nunca lucía el sol. Razón no les faltaba. En efecto, el sol no enviaba sus rayos al fondo del Trögnefiord en alrededor de trescientos días cada año. La mitad del resto lo hacía con gran timidez. De ahí que acaso aquel fiordo fuera el más sombrío de toda Noruega. Desde luego el menos habituado. El Trögnefiord tenía mala fama, eso era todo. Pero no siempre la tuvo. En los antiguos y grandes días, los «jarls» de Trögne tuvieron allí su palacio, de allí partieron con sus largos «drakkars» por el Camino de los Cisnes hacia las cálidas y ricas tierras del sur, a él volvieron cargados del botín de sus saqueos y con los relatos de espléndidas hazañas. Pero todo aquello pertenecía al remoto pasado. Ahora el Trögnefiord era un lugar maldito, silencioso, salvaje, señoreado por la niebla, la lluvia y el silencio.