con mi mortífero amor
ALFRED Castro había llegado a ser inspector-jefe del F.B.I. por méritos propios y sin la menor ayuda ajena. De hecho, ni el ser hijo de inmigrante gallego que nunca quiso perder su nacionalidad de origen ni su carácter calificado de ''insoportable'' por más de un alto jefe, policiales y políticos le habían favorecido. Pero cuando uno se trae de la guerra la Medalla del Congreso aparte varias menciones especiales, cuando uno entra en el Servicio Federal como simple detective de segunda clase y tiene que romperse los cuernos en el Distrito Noveno, el peor de New York, pero logra hacerse temer y respetar no sólo por los hampones, sino por los políticos; cuando uno escapa a cinco atentados contra su vida, captura a dos tipos colocados entre ''Los diez más buscados", resuelve once de los más endemoniados casos criminales, contra los cuales se han estrellado previamente otros colegas; cuando pone él solito al descubierto la conexión de cierto influyente congresista con cierto influyentísimo sindicato de hampones sin amilanarse por amenazas ni atentados.