la jauría
LA orden era: DEJADLE LLEGAR. Y aquella noche, Bart Dugan llegaba a Nueva York en vuelo directo desde Europa. Los tentáculos que se habían tendido en torno a él significaban algo peor que la muerte. Pero él no lo sabía. Había logrado salir de Roma rompiendo un cerco de sangre y fuego. Pese a ello, incluso una sonrisa, un gesto de triunfo entreabría sus labios cuando se bajó del avión. La misma que sostenía aún al coger un taxi y dar la dirección de su domicilio particular.