hombres sin esperanza
EL paisaje nevado de Corea, batido por los obuses, se extendía en torno al grupo de soldados que permanecía pegado a la tierra, esgrimiendo las armas. El joven capitán que los mandaba se pasó la mano por los ojos, convencido de que aquel era el fin. Sin embargo, no podía abandonar a la tropa que se le había confiado. Era preciso mantener la posición hasta el fin y combatir mientras tuvieran municiones.