la boca del infierno
La pareja de «policemen» que prestaba servicio en los alrededores del cementerio, estaba de un humor de todos los diablos. El que hacía de jefe, un viejo sabueso, de bigotes grises y tez rugosa y curtida por todos los vientos que soplan en los Estados de la Unión, desde el de Ontario a California, pateaba de impaciencia mordiéndose las uñas hasta hacerse sangre, y mascullaba una letanía de tacos y ternos, capaces de enriquecer el repertorio de los asiduos merodeadores del puerto de Nueva York, sin que ni aun así lograra calmar la nerviosidad de que se hallaba poseído.