cuando el abismo sonríe
Paolo de Capri, forzado por el capitán pirata a aceptar las condiciones que este quiso imponerle en la infame venta de Rosina, si no quería perder el riquísimo tesoro que el chino le cedía a cambio de la joven, condujo a esta y a su compradora las costas de Shang-hai, y apenas los hubo dejado en tierra, puso la proa de su rápido y resistente yate al Oriente, dispuesto a salvar con toda la rapidez posible las cuatrocientas millas que le separaban del paraje donde habitaba el anciano depositario del tesoro y que, mediante la carta de su señor, habría de conducir al bandido italiano al islote en donde estaban ocultas las cuantiosas riquezas.