PAÍS LIBRO

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donald curtis

hombres sin ley

—Mi querido amigo, esta vez voy a jugarme hasta los tres mil dólares en mi baza. ¿Se arriesga? King bostezó. Siempre bostezaba con igual delicadeza y aburrimiento cuando un adversario le retaba de tal modo. La experiencia no era nueva para él. Y jugando con Jean D’Armignan, todo era posible. Pero ello no le impedía bostezar y responder apenas se le cerró la boca: —No sea chiquillo, monsieur. Puedo ganarle si me arriesgo. Creo que sería mejor que pasase usted... Jean D’Armignan sonrió. El francés, de cabellos rojos y mirada verdosa, tenía una sonrisa belicosa. Sus enjoyados dedos tintinearon contra las pilas de monedas cuando alargó aquel montón de piezas de oro.