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charles castle

el ojo de argos

AQUEL despacho tenía una sobria elegancia que le hacía extrañamente acogedor. Sentado tras la mesa de trabajo que presidía la estancia y teniendo a su derecha una gran bandera nacional, a la vez que un escudo representativo de la nación, colgado a su espalda y por encima de su cabeza, se hallaba un hombre de ya más de mediana edad que dejó la lectura del documento que sostenía en sus manos.