el monstruo encadenado
EL camino estaba bordeado de viejos muros de piedras sueltas, cubiertos de trepadoras. Tras de ellos se prolongaban los bosques, ya amarillentos por el otoño que se iniciaba, de olmos y hayas. Y en cada entrada, en cada camino lateral que conducía a alguna pequeña casa de piedra y pizarra, las flores estallaban: tornasoles, malvas rosas, fucsias... Flores modestas, las últimas del año, sobre las praderas amarillentas, doradas.