el fuerte de los condenados
Rod Ferguson, el agente del Gobierno para la Reserva de los indios navajos, volvió la cara hacia la ventana. Hasta sus aguzados oídos acababa de llegar el inconfundible ruido de unos cascos de caballo golpeando el suelo. —El que viene lo hace al galope —murmuró frunciendo el ceño, con expresión preocupada—. Y se trata de un caballo sin herrar. ¿Quién puede ser? Rápidamente, Rod retiró la sartén del fuego y se dirigió hacia la puerta. Al mismo tiempo, un gesto instintivo le hizo bajar la diestra hasta la altura de la culata de su revólver. Hasta los oídos del agente del Gobierno habían llegado rumores preocupantes. Se hablaba de una posible rebelión india. Y en tales condiciones convenía ser precavido.