el enigma del prisionero fugitivo
George Hazeldeen paró el timbre de su despertador y saltó de la cama, como si en vez de las cinco de la mañana fueran ya las siete. De todos modos, no hubiese podido dormir más. A cualquiera le hubiera ocurrido igual en la primera mañana de sus vacaciones, ante la perspectiva de una travesía de placer después de siete largos años de no poder hacerlo. A uno le hace sentirse joven tirarse de la cama a las cinco de la mañana.