nueva york-san francisco
El europeo que no haya visto llover en Nueva York, difícilmente podrá hacerse una idea, siquiera aproximada, de la furia con que suele hacerlo. Cualquiera diría que las cataratas del cielo se han desbordado y que un nuevo Diluvio Universal se desencadena sobre la tierra. Lenguas de agua, verdaderas trombas de agua, se vuelcan incansables, fustigando, con saña a la ciudad. La gente se arracima bajo toldos, viseras y portales de edificios; huyen hacia los subterráneos o bregan con el temporal como heroicos náufragos.