el mejor hombre malo
El bravío paisaje, cruzado de cañones y profundos desfiladeros, imponía por su soberbia belleza. Altos y bermejos farallones, rodeados en sus bases por una policroma alfombra de artemisa, y grupos de verdes piñoneros, daban al agreste lugar un encanto paradisíaco, en nada comparable al tórrido desierto calcinado que Hans Malone acababa de abandonar. El rubio jinete procedía del horrendo “Llano Estacado”, tumba de incautos y refugio de fugitivos. Traía arena en los ojos, en la garganta, en todo el cuerpo. Pero, a pesar de ello, Malone sonreía, sonreía porque había dejado muy atrás a sus implacables perseguidores, escapando una vez más a las garras de la Ley.