perlas y sangre
El caso era evidentemente grave; en extremo grave. Sin embargo, no me sentí preocupado por lo que significaba para mi futura — y breve — existencia, según certificaba el doctor Julius Van Deloon; ni dejé que se alterase mi fisonomía juvenil un tanto desmayada, lánguida y que se acentuaba en su palidez, por el color claro de mis ojos y el rubio mortecino de los cabellos, que, por negligencia hecha hábito, jamás terminaba de peinar bien.