pasión inmortal
CON un frenazo chirriante, se detuvo el «taxi» junto al bordillo de la acera. Desde el interior del vehículo, una mano abrió bruscamente la portezuela. Saltó a tierra un joven, de traje gris. Sus largas piernas se movieron ágiles al subir los escalones de piedra que conducían al atrio del monumental templo. A cada escalón, un mechón de pelo lacio y negro le golpeaba la espaciosa frente.