PAÍS LIBRO

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alf manz

desperao

Padre: yo soy inocente. Van a ahorcarme dentro de unos cuantos minutos, pero yo no maté a ese hombre. El pastor, sentado frente a mí en el otro camastro, me miraba a través de sus espejeantes lentes con la expresión de quien ha oído la misma protesta en cientos de condenados. Las brillantes rodilleras de su traje negro rozaban las de mis pantalones de piel, tan estrecha era la celda desde donde me conducirían a las Puertas del Infierno, según decían los otros reclusos. —La apelación fracasó. Es hora de que te arrepientas de tus pecados. El Juez de allí arriba nunca se equivoca, hijo mío.