agujero cósmico
Erguido, a pesar de sus cincuenta y cinco años, el profesor salvó con paso ágil la distancia que le separaba de la plataforma. Karl Freideberg llegó a la parte alta de la escalerilla metálica, acercándose entonces al pequeño despacho, ante el que se hallaba el complejo cuadro de mandos y tras el que estaba sentado su ayudante, el joven Stephan Leemer. Cuando estuvo al lado de Stephan, sin que este se hubiese percatado aún de su presencia, el profesor Freideberg rompió el silencio. —¿Todo marcha bien? —inquirió.